I
El humo dejado por la batalla anterior ascendía lentamente y se juntaba con la gran nube negra que mantenía oculto el cielo. Sus ojos miraban el vacío, esperando. Esperando.
Un relámpago descendió sobre la inhóspita y oscura tierra donde, hace muchos siglos ya, se había olvidado el significado de la palabra vida.
-La última batalla- pensó-, finalmente la última batalla. Estoy cansado y quisiera dormir un rato largo, pero es mi deber. Y si gano esta batalla podré descansar todo lo que desee. Todo está en mis manos, el futuro de toda mi gente depende de mi fuerza y mis habilidades-. Se levantó de la fría y sucia roca gris en la cual se encontraba sentado. Ladeó su cabeza a la izquierda y su cuello tronó. -¿Cómo será este nuevo retador? Ya he vencido a tres y los que estuvieron antes que yo vencieron a ocho, pero ellos fracasaron, se dejaron vencer por el cansancio. Ellos eran débiles, pero yo soy fuerte y venceré a este último oponente. El que me eligió me dejó para el final por ser el más fuerte de todos. No puedo defraudarlo-.
Posó su vista en el horizonte. Lejos, a un kilómetro de distancia, se divisaba una figura en movimiento que se acercaba a paso lento pero seguro. –Se toma su tiempo, está tratando de burlarse de mi-masculló. La cara que hace un momento se mostraba confiada ahora se notaba claramente enojada. Cogió los rubios cabellos que le caían sobre la frente y los ató con la cuerda que traía en su fajín. Los ojos azules miraban con detenimiento su arma: una sencilla vara de madera que los Superiores habían escogido como las armas a utilizar en todas las batallas. La misma arma con la que había partido en dos a otras tres iguales a esa y que, a pesar de todos los golpes recibidos, permanecía intacta, lisa y suave al tacto.
Un relámpago descendió sobre la inhóspita y oscura tierra donde, hace muchos siglos ya, se había olvidado el significado de la palabra vida.
-La última batalla- pensó-, finalmente la última batalla. Estoy cansado y quisiera dormir un rato largo, pero es mi deber. Y si gano esta batalla podré descansar todo lo que desee. Todo está en mis manos, el futuro de toda mi gente depende de mi fuerza y mis habilidades-. Se levantó de la fría y sucia roca gris en la cual se encontraba sentado. Ladeó su cabeza a la izquierda y su cuello tronó. -¿Cómo será este nuevo retador? Ya he vencido a tres y los que estuvieron antes que yo vencieron a ocho, pero ellos fracasaron, se dejaron vencer por el cansancio. Ellos eran débiles, pero yo soy fuerte y venceré a este último oponente. El que me eligió me dejó para el final por ser el más fuerte de todos. No puedo defraudarlo-.
Posó su vista en el horizonte. Lejos, a un kilómetro de distancia, se divisaba una figura en movimiento que se acercaba a paso lento pero seguro. –Se toma su tiempo, está tratando de burlarse de mi-masculló. La cara que hace un momento se mostraba confiada ahora se notaba claramente enojada. Cogió los rubios cabellos que le caían sobre la frente y los ató con la cuerda que traía en su fajín. Los ojos azules miraban con detenimiento su arma: una sencilla vara de madera que los Superiores habían escogido como las armas a utilizar en todas las batallas. La misma arma con la que había partido en dos a otras tres iguales a esa y que, a pesar de todos los golpes recibidos, permanecía intacta, lisa y suave al tacto.
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