sábado, 24 de enero de 2009

Nueva Perspectiva

El horrible paisaje da cuenta de lo ocurrido aquí.

Según me acerco a él, mi pasado se desvanece entre los humos que se elevan de la tierra y de los vapores que nacen de los cuerpos destrozados. Mis fuerzas flaquean y olvido la razón de todo esto. Pero continúo, avanzo a paso firme, pues desde algún lado una voz que no reconozco me pide que nunca me rinda, que la verdadera muerte es rendirse.

Momentos más tarde la batalla comienza y los recuerdos comienzan a fluir como un mar que ha decidido que yo debo vivir en sus profundidades y, enajenado, lanza sus olas contra mí, una detrás de otra, sin cansarse, buscando atraerme hacia el...

...
...
...

...Y mi oponente no puede dejar de hablar, de escupir gritos contra mi cara. ¿por qué no se calla?

Su cara, antes armoniosa, ahora se ve deforme, llena de ira, los ojos rojos como la sangre de sus víctimas, ¿o es la mía? Sus movimientos cada vez más erráticos. Veo sus ojos y sólo encuentro odio...

...

...estoy derrotado, su ira es más fuerte que mi fe. El frío de una roca contra mi espalda, el calor de su rabia y de la sangre aún caliente en su bastón frente a mí. Y no para de gritar, pero no lo escucho, sólo oigo la risa de ella, tan fuerte y tan frágil a la vez. Ella, esperándome. ¿Alguna vez sabrá? No logró recordar si alguna vez se lo dije. No puedo morir, no sin antes decírselo, pero estoy aquí, en una batalla de la que no puedo escapar. Aquí a punto de morir. Y las razones, que han vuelto a mis recuerdos, y que repito una y otra vez en mi cabeza, no me parecen suficientes.

La fortuna me sonríe, y su bastón se quiebra, luego de golpearlo por quinta vez contra el suelo.

El golpe mortal se acerca, su cara cambia, y veo la felicidad que lo embarga y me cuestiono su motivación.

Mi cuerpo reacciona, sin yo notarlo, giro y su bastón golpea el suelo. En su cara una mueca de odio. Desenfrenado vuelve a atacar, pero la claridad me embarga y sé que ya he ganado.

La fortuna me sonríe, y su bastón se quiebra, luego de golpearlo por quinta vez contra el suelo.
Arremete contra mí, en un ataque desesperado, mi bastón golpea la parte posterior de su rodilla y cae.

Terminaré esto luego. No hay razón para alargarlo.

Elevó mi bastón por sobre mi cabeza con ambas manos, y cometo el error de mirarlo.

Su cara irreconocible de la que vi en un comienzo, roja de ira y deforme de odio. Miro sus ojos y no encuentro nada más que una bestia. Espero unos segundos buscando algún rastro de humanidad. Pero este no aparece nunca. No hay excusas, debo hacer esto. Y aún así no puedo.

Los segundos pasan, ¿o serán minutos? Y el no logra callarse. Aunque ahora sí lo oigo, no logró entender lo que dice.

Vamos, debo hacerlo, es la única forma. Debe morir. Pero las razones no me bastan, pienso en lo que me convertiría si lo hago, en que pensaría ella. Sé que en diría que debo hacerlo, que es necesario, pero en el fondo, en su corazón, en su alma yo nunca volvería a ser el mismo.

Bajo mis brazos y suelto el bastón. Doy media vuelta y me marcho, los gritos de mi rival se pierden en el silencio de mis pensamientos.

En este momento debe estar tomando mi bastón, corriendo hacia mi para para destruirme. No me importa.

Caigo, asumo que por su golpe.

Pero aún pienso, aún siento, y siento el temblor. Miro hacia atrás, veo la tierra cerrarse y mi rival no se encuentra por ningún lado. Una lágrima cae por mi mejilla.

De pronto hay tanta luz que no puedo mantener mis ojos abiertos.

Poco a poco los abro, acostumbrándome al brillo.

Estoy en otro lugar, soleado, verde, tranquilo. Y oigo una risa mezclada con llanto. Su risa. Y ahí está ella, y mi cara está cubierta de lágrimas.


-Extraído de los apéndices de "La última batalla"

No hay comentarios:

Publicar un comentario